“Llegamos a creer que un Poder superior a
nosotros mismos podría devolvernos el sano
juicio.”
AL leer el Segundo Paso, la mayoría de los recién llegados
a A.A. se ven enfrentados a un dilema, a veces un grave dilema.
Cuántas veces les hemos oído gritar: “Miren lo que nos
han hecho. Nos han convencido de que somos alcohólicos y
que nuestras vidas son ingobernables. Después de habernos
reducido a un estado de impotencia total, ahora nos dicen
que sólo un Poder Superior puede librarnos de nuestra obsesión.
Algunos de nosotros no queremos creer en Dios, otros
no podemos creer, y hay otros que, aunque creen en Dios, no
confían en que El haga este milagro. Bien, ya nos tienen con
el agua al cuello—pero, ¿cómo vamos a salir del apuro?”
Consideremos primero el caso de aquel que dice que no
quiere creer—el caso del rebelde. Su estado de ánimo sólo
puede describirse como salvaje. Toda su fi losofía de la vida,
de la que tanto se vanagloriaba, se ve amenazada. Cree que
ya hace bastante al admitir que el alcohol le ha vencido para
siempre. Pero ahora, todavía dolido por esa admisión, se le
plantea algo realmente imposible. ¡Cuánto le encanta la idea
de que el hombre, que surgió tan majestuosamente de una
sola partícula del barro primitivo, sea la vanguardia de la
evolución, y por consiguiente el único dios que existe en su
universo! ¿Ha de renunciar a todo eso para salvarse?
Al llegar a este punto, su padrino se suele reír. Para el
recién llegado, esto es el colmo. Es el principio del fin.
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